21 Feb (La Opinión de Málaga).- En 1971, por iniciativa de José Antonio Sierra, nacía el Instituto Cultural Español de Dublín, con el fin de difundir la lengua y cultura españolas en Irlanda y antecesor directo del Instituto Cervantes, del que este profesor y vecino de Málaga ha sido uno de sus creadores
Alfonso Vázquez, 21 Feb (La Opinión de Málaga)
José Antonio Sierra (Villanueva de Gómez, Ávila, 1936), vecino de Málaga desde 2004, celebra el medio siglo de una iniciativa cultural que él mismo propició y que acercó a dos países con tantos lazos en común como Irlanda y España: el Instituto Cultural Español de Dublín, inaugurado en 1971 y del que fue su director hasta 1992.
Huérfano de padre a los 10 años y el mayor de cinco hermanos, ayudaba a su abuelo en las labores del campo y antes de ir a clase «ordeñaba la vaca que nos compró mi abuelo y vendía la leche por las casas del pueblo».
En Francia, donde estuvo tres años, fue profesor de español para extranjeros y auxiliar de conversación en lengua española.
De allí pasó al Reino Unido, donde enseño en cuatro colegios. El salto a Irlanda llegó cuando, en 1968, solicitó plaza de lector de español en varias universidades. Entre Manchester, Glasgow y el Trinity College de Dublín eligió este último destino, por afinidad: «Era un país católico, como España, y desde mi infancia había oído hablar del Colegio de Nobles Irlandeses de Salamanca».
En Dublín comprobó que algunos de sus alumnos «no sabían dónde estaba Ávila» y pensó en lo idóneo de tener un sitio «donde los estudiantes pudieran encontrar periódicos, revistas e información sobre la España actual, porque no había nada». Así, en el aula que le cedió una academia privada creó el Centro Español de Documentación e Intercambios Culturales.
Para llenarla de contenido, cuenta que empezó a pedir ayuda a España, «y editoriales y el Instituto Nacional del Libro me llenaron todo, ya no sabía dónde meter tanto libro», ríe. Además, «a título excepcional» consiguió una subvención del Gobierno español de 30.000 pesetas para ponerlo en marcha. Al tiempo, empezó a colaborar como periodista con el diario Informaciones y la Agencia EFE para cubrir la guerra en Irlanda del Norte.
Entre sus alumnos de esa época se encontraba la mujer del futuro presidente de Irlanda, en un país donde por entonces había muy pocos sitios donde estudiar español pese a que existía un gran interés, en unos tiempos en los que a las familias irlandesas acudían a trabajar de niñeras muchas jóvenes españolas, aparte de que históricamente, en España se formaron muchos sacerdotes católicos irlandeses. «En Irlanda existía una simpatía especial por España y los españoles», destaca.
Fue entonces cuando al Gobierno le presentó el proyecto de Instituto Cultural Español.
En un principio, confiesa, temía que por sus ideas políticas el proyecto no fuera aceptado, pero el embajador español le dio todo su apoyo y lo mismo hizo el Gobierno. Por cierto que el apoyo continuaría poco después con el malagueño Joaquín Juste Cestino, embajador de España en Irlanda entre 1973 y 1977. «Tenía un gran sentido del humor. Aunque me trataba de usted lo hacía con un cariño especial. Siempre me daba consejos todos los días. Siempre me decía: ‘Usted no se preocupe, ya aprenderá a base de golpes’», destaca.
El Instituto Cultural Español, que dependería del Ministerio de Asuntos Exteriores, comenzó a funcionar en 1971 en el 58 de Northumberland Road de Dublín, aunque la inauguración oficial no se produciría hasta 1974.
Una de las novedades del centro desde el primer día fue su política de autofinanciación, un camino que lustros después seguiría el Instituto Cervantes. Además, fue el primer instituto español del mundo en ofrecer clases de español comercial y durante un tiempo clases dio clases de español a niños, en su mayoría hijos de españoles en Irlanda.
Lo que sí le pasaría factura sería su dependencia del Gobierno de la dictadura: En marzo del 74, tras una de las últimas ejecuciones ordenadas por Franco, la de Salvador Puig Antich, el Instituto Cultural Español fue atacado con el lanzamiento de un cóctel molotov.
«La puerta del edificio empezó a arder pero gracias a la rápida intervención de los vecinos y de los bomberos se pudo apagar a tiempo. Podría haber ardido entero porque eran dos pisos de madera y con mucha moqueta», destaca José Antonio Sierra, que cuenta que la noticia no apareció en España y que, en su momento, las autoridades irlandesas ofrecieron protección policial para el centro. «Yo me negué porque no se podía difundir y enseñar la cultura de un país protegido por la policía», argumenta.
Tras el atentado, decidió por su cuenta reunirse con la rama política del IRA en busca de los culpables. Finalmente, se trató de un pequeño grupo de anarquistas que fue detenido.
Ya sin sobresaltos, José Antonio Sierra pudo continuar con su labor innovadora. En 1986, Carmen García Bloise le propone redactar las líneas de acción de la política cultural y lingüística de España en el extranjero para el programa electoral del PSOE, y ahí trazará los ejes del futuro Instituto Cervantes, del que es uno de sus creadores. En la actualidad, se muestra muy crítico con su funcionamiento: «Bajo mi punto de vista está muy politizado, hasta el punto de que los cargos los nombra el partido político de turno».
Y cuando se le pregunta por la enseñanza del español tras la pandemia, está convencido de que los cursos online «se van a quedar» y tanto el Cervantes como las academias tendrán que adaptarse a los nuevos tiempos.
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