5 Abril (Diario Vasco)
Carlos Rilova Jericó, 5 Abril (Diario Vasco).-
Ésta, si no he contado mal, sería la tercera vez que hablo en el correo de la Historia del Levantamiento de Pascua irlandés de 1916.
La primera ocasión fue en 2014. La segunda en 2018. En 2014 hablaba del libro “La tragedia de Irlanda” en el que un británico renegado (hay quien lo calificaría así), además de héroe de la Primera Guerra Mundial, Erskine Childers, denunciaba el maltrato que Gran Bretaña daba a Irlanda y, por tanto, justificaba la rebelión irlandesa en su contra, en la que el Levantamiento de Pascua de 1916 fue un hecho capital.
En la segunda ocasión describía yo esos mismos hechos a partir de Prensa del año 1916. Concretamente de la revista francesa “J´ai vu”, que dedicaba mucho espacio y material gráfico a contar esas vicisitudes de Gran Bretaña. Por entonces aliada esencial para Francia en la lucha contra Alemania.
En esta tercera ocasión voy a abordar esta cuestión desde una de esas preguntas que los padres de la moderna ciencia histórica, Marc Bloch y Lucien Febvre, decían eran el inicio de toda investigación histórica.
La pregunta en concreto sería, ¿pero de dónde provenía ese encono británico contra los irlandeses?
Erskine Childers y su coautor Darrel Figgis, ya lo definían muy bien en aquel ensayo del que hablaba yo en 2014. Para Gran Bretaña era fundamental que Irlanda no estuviera dominada por una potencia extranjera que la pudiera utilizar como base de operaciones para atacar de flanco a Inglaterra.
De esa preocupación estratégica ha devenido mucha Historia de Inglaterra. Por ejemplo la de sus luchas contra galeses y escoceses. Algo que mediatizó su Historia medieval. De ello ha dejado constancia la gran pantalla merced a la muy militante “Braveheart”. De lo ocurrido en Gales se sabe menos. Parece que la lucha en las marcas occidentales que separaban Inglaterra de Gales jamás tuvieron lugar, que Gales se incorporó a Inglaterra al final de la Edad Media por una especie de proceso de ósmosis.
En realidad, como en el caso de Escocia, la cuestión requirió más violencia y alta diplomacia. Muy similar a lo que ocurre, por ejemplo, en la formación de España en esas mismas fechas. Una situación en la que a las guerras suceden los acuerdos diplomáticos y las bodas reales por las que, por ejemplo, una familia galesa, los Tydder, pasa a convertirse en los Tudor que gobiernan Inglaterra y Gales en uno de los períodos más brillantes de la Historia ya británica más que inglesa. Uno que culmina, además, con la absorción, esta vez pacífica, de Escocia, al pasar el trono de Londres a manos de la familia Estuardo, quedando así unidos bajo esa dinastía ambos reinos hasta que, a comienzos del siglo XVIII, se formaliza la unión definitiva por medio de un tratado aún en vigor.
Así pues, para el siglo XVI, ya sólo Irlanda constituye un problema, un elemento imposible de asimilar. Conflicto que se agrava por la cuestión religiosa, candente hasta nuestros días.
De ahí, en definitiva, el encono. El Cine que podríamos llamar histórico y la Literatura han recogido ese problema y lo han reflejado con una exactitud bastante aproximada.
Por ejemplo en la adaptación que hizo Kubrick de la novela “La suerte de Barry Lyndon”, se entreveía la cuestión que aparecía de manera mucho más ácida en la novela de William Makepeace Thackeray. Es decir, que los británicos consideraban Irlanda como un mundo aparte, poblado por salvajes. Unos salvajes prístinos, los nativos católicos, irreductibles pese a haber sido casi definitivamente vencidos al filo del año 1692 (la acción de la novela de Thackeray transcurre a mediados del siglo XVIII) y otros los colonos protestantes de origen británico, Menos nativos y nada católicos, pero al fin igualmente salvajes bajo su leve barniz de civilización inglesa. Algo que el aventurero Barry Lyndon muestra obviamente -tanto en la novela como en la película- dejando clara su incapacidad para asimilarse a la alta nobleza inglesa de la que, sin embargo, quiere formar parte, convirtiendo ese afán en el motivo central de su vida. Empeño destruido por su manera de comportarse, bajo sedas y encajes dieciochescos, como un auténtico salvaje incivilizado, de reacciones violentas a la menor provocación.
Otras novelas británicas ambientadas más o menos en la misma época dejan esto también muy claro. Es el caso de “Las aventuras del sargento Lamb”, centrada -como parte de “El destino de Barry Lyndon”- en la época de la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
En ella su autor, Robert Graves, describía una pelea multitudinaria en la Irlanda no ya rural sino urbana que, cuando el caso era llevado ante los tribunales a causa de los descalabramientos provocados en la lucha, se veía desestimado por los jueces, al considerar que quien había salido del encuentro con la cabeza abierta lo tenía bien merecido debido a la constitución frágil, y por lo tanto anti-irlandesa, de su imprudente cráneo…
Los ejemplos podían multiplicarse. Incluso en escritos tan reivindicativos de los nativos irlandeses como los de Jonathan Swift.
Las palabras de Wellington al respecto lo dejaban claro. Cuando le recordaban que había nacido en Irlanda respondía que haber nacido en un establo no lo convertía a uno en un caballo. Esa era, pues, la opinión sobre el tema de un angloirlandés que nada tenía que ver, ni por asomo, con el 80% de la población católica de la isla, completamente aherrojada, sojuzgada… para evitar un problema estratégico a Inglaterra.
Esa fue, pues, la construcción religioso-ideológico-militar que Gran Bretaña sostuvo durante años: Irlanda era un peligro, volvía peligrosos, inestables y salvajes incluso a los mismos protestantes enviados a colonizarla y, supuestamente, civilizarla.
Fueron, así pues, siglos de encontronazos entre los británicos y los naturales sojuzgados y privados de derechos, obligados a trabajar tierras de los colonos en régimen de casi esclavitud o emigrar a países católicos como España.
De ahí devino, en su acto final, el Levantamiento de Pascua de 1916, después la independencia irlandesa casi total tras la Primera Guerra Mundial (en la que no hay que olvidar que numerosas unidades irlandesas combatieron y murieron por Inglaterra) y finalmente la separación total.
El resquemor entre ambas naciones ya independientes, aun así persistió y persiste. Y una vez más el Cine lo refleja. En una película del género bélico, “Ha llegado el águila”, estrenada en 1976, con un reparto estelar en el que figuran Michael Caine, Robert Duvall, Larrv Hagman, Jean Marsh y Jenny Agutter, encontramos un irlandés prototípico, Liam Devlin, interpretado por Donald Sutherland.
Bajo su apariencia un tanto británica, damos pronto con un tipo bebedor, cargado de un humor chispeante que sostiene con unos puños bastante ágiles en las peleas de taberna en las que se mete como si se tratase de una parte más de la diversión.
Por supuesto Devlin es también un agente al servicio de Alemania que, tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, hará lo imposible para soliviantar a Irlanda (el armamento de la Pascua de 1916 era alemán, por ejemplo) o sacarla de su neutralidad en 1940 para lanzarla, de flanco, sobre Inglaterra.
Así pues, en pocas palabras de grandes novelas, en pocas escenas de magníficas películas, como vemos, podemos sacar alguna que otra conclusión sobre la razón por la que ingleses e irlandeses se acometieron con tanto furor durante siglos y no sólo durante el heroico, pero finalmente fútil, levantamiento de 1916 en un agitado Lunes de Pascua…
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